miércoles, 17 de junio de 2009

Nerilay

-Adiós, Mark-murmuró quedamente, cerrando con suavidad la puerta de roble viejo tras ella.
Se había ido; Realmente se había ido.
El joven se quedó varios minutos completamente en blanco, incapaz de casar una sola pieza de aquel estúpido rompecabezas. Nada de aquello tenía sentido alguno. Apenas consciente de lo que hacía, dejó que sus piernas le llevaran hasta la ventana. Poco a poco los pensamientos se fueron haciendo fluidos... hasta que se convirtieron en torrentes enfurecidos que atormentaban a su dueño con recuerdos terriblemente dolorosos: unos ojos increíblemente azules, una cara de una palidez extrema en forma de corazón, un cabello negro como el carbón, formando bucles y acariciando dulcemente su espalda...

Mark se despertó gritando. Las gotas de sudor, templadas, se deslizaban por su frente y sienes. Somnoliento y bastante confundido se dirigió al cuarto de baño. Sólo cuando sintió el agua helada resbalando por sus mejillas fue capaz de pensar. Contempló su imagen en el espejo. Un rostro escuálido, de pómulos marcados, enferma palidez y horribles ojeras le devolvió una triste mirada. Era algo realmente deprimente, pero normal. Todo había cambiado desde que élla se fue. Nada había sido igual. Habían pasado siete años y seguía recordando cada detalle de su marcha con desesperante nitidez.
Sonó el timbre. Mark terminó de abrocharse la camisa y, cogiendo aire, se dispuso a salir. Saludó a Charlie, que le esperaba en el porche con cara de pocos amigos.
-Venga ya, Mark, ¿te acabas de despertar? ¡Son ya más de las diez!
-Lo siento- fue todo lo que Mark contestó.
Fuera, la luna brillaba, acariciando con su halo sus pieles e iluminándoles tenuemente el camino.
El sonido de una rama rota les sobresaltó. Ellos no se habían movido.
Un escalofrío recorrió la espalda de Mark. El viento susurraba palabras extrañas y cuando se giró para contemplar a su amigo apenas podía creer lo que estaban viendo sus ojos.
Sam yacía en el suelo en medio de un gran charco de sangre. Muerto. Pero en ese momento no dedicó más de dos segundo a la memoria de su compañero. Porque al lado del cuerpo se encontraba ella.
Aquellos ojos del color del cielo, aquella cara con forma de corazón, aquellos bucles negros como la más intensa oscuridad.
-Nerilay...
-Shh, amor mío, no digas nada - susurró. Mark estaba desconcertado, ella estaba a más de dos metros de él y, a pesar de todo la había oído con claridad. La voz había sonado en su cabeza.
Entonces Nerilay comenzó a avanzar hacia él. Pero no caminaba, se deslizaba a ras del suelo, los bajos de su vaporoso vestido blanco ondeando en su vertiginoso avance.
Mark avanzó hacia ella y la estrechó entre sus brazos, como lo hacía antaño. Sabía que todo eso era un sueño, pero le reconfortaba tanto sentir su calor...
-Mark, me fui para salvarte. Pero ahora he comprendido que la única forma de no dañarte era condenándote también - dijo ella, mirándole con aquellos ojos de aguamarina-. Ahora nada ni nadie podrá separarnos. Jamás...
Cuando Mark sintió el dolor lacerante que le produjeron los colmillos de Nerilay al succionar su sangre se dio cuena, por fin, de que nada de todo aquello era un sueño...

Autora: María Calvo González

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