jueves, 16 de julio de 2009

Luces centelleantes

No veía nada.
Sólo una maldita oscuridad que me mantenía a oscuras, perdida, inquieta y… para mi gusto algo indefensa. Quería abrir mis ojos pero tenía miedo ante lo que me podría encontrar tras lo que me acababa de suceder… tenía miedo de saber donde estaba… no recordaba nada… no tenía ni idea de donde estaba antes.
Armándome de valor abrí mis ojos pestañeando repetidas veces ante la brillante luz que me recibió al abrirlos, una luz que me envolvía y me hacía sentirme pequeñita pero… inexplicablemente como en casa.
Me levanté apoyando mis brazos en el suelo y empecé a caminar por el luminoso sitio sin darme cuenta a penas de mis vestimentas. Oía susurros desesperados que me provocaban temor, pero a la vez oía una melodía similar a la de un pianista tocando la más hermosa melodía jamás escrita pero muchísimo más bella… si aquello era posible.
“Mirelle”
“Mirelle”
Una voz grave pero a la vez rota y nada segura no paraba de repetir ese nombre que… a pesar de no haber oído en mi vida me sonaba de lo más familiar. A pesar de no conocer al dueño de esa voz el ímpetu con el que repetía ese nombre una y otra vez me atormentaba, me hacía derrumbarme… parecía… como si estuviera llorando; Un llanto sin lágrimas, pero más sincero y conmovedor que cualquier otro.
Por otra parte aquella melodía similar a la producida por un piano estaba llena de bemoles y crecednos que hacían que mi corazón sintiese un vuelco ante el sentimiento que derrochaba aquella música.
Era como si me incitase a acercarme a descubrir de dónde provenía aquella música… di un paso hacía delante de lo más seguro, después otro… y otro, cerré los ojos y alargué la mano como si de esa manera fuese a tocar algo…
“¡Por favor! ¡Cariño… no seas débil tu NO eres débil!”
Ese grito me hizo despertar de la especie de hechizo en el que, hace unos segundos había sucumbido.
Espera…
¿Quién era yo? ¿Qué hacía aquí? ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado?
Presa del pánico mis píes empezaron a correr lo más rápido que podía hasta el punto de caerme un par de veces. Nos sabía a dónde corría no sabía de que huía…
Un líquido salado empezó a crearse en mis ojos y acabó por salir para recorrer libremente mis sonrojadas mejillas, mojando de esa manera mi cara. Me miré a mi misma con temor… cuerpo canijo y algo escueto, pálida casi en exageración… subí mis manos y me toqué la cara… parecía que tenía labios carnosos… y una nariz no demasiado prominente no me veía lo ojos… pero podía notar por las caricias que me estaba haciendo a mi misma que tenía poco cabello… nada de cabello, de hecho… llevaba un pañuelo alrededor de mi cabeza, tapándolo… no tenía cabello.
Entonces al levantar la vista pude verme a mi misma por algo similar a un espejo… tenía la apariencia de una chica de unos… 13 años… había acertado con todo lo que había podido deducir tocando y… pude ver mis ojos…; Los tenía verdes.
Y en ese momento lo recordé; Yo era Mirelle.
Y eso me despertó e hizo que me alejara de ese lugar con tantos centelleos.
Abrí los ojos nuevamente pero… esta vez no me encontraba en un sitio desconocido si no en un lugar demasiado conocido para mí por desgracia; La camilla del hospital.
Levanté la vista y pude ver a mi padre sentado en una silla sujetándose la cabeza con las manos… la voz que había oído era la de el. Suspiré y ante el ruido mi padre levantó a vista y… al verme conciente lágrimas comenzaron a surcar sus mejillas con desesperación.
Pero sabía que esta vez no era como las otras veces… LO PRESENTÍA.
Esta vez, lloraba de alegría.
Se acercó a mí temblando un poco, se arrodilló ante mi camilla y me tomo de las manos, mientras sonreía mostrando todos sus perfectos dientes.
-Cielo…ya te han quitado la bola de golf de la cabeza… estarás bien.
No pude hacer otra cosa más que sonreír.

Autora: ISABEL GIL GONZALEZ.

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