domingo, 21 de febrero de 2010

I JUEGO: 7 PALABRAS, RELATO 11

Los ojos de Cecilia eran normalmente inexpresivos aunque, esa noche miraba a los individuos que pululaban por el gran salón con cierto desdén, no le gustaba como se deslizaban alardeando de su poder y le asqueaba el menosprecio que mostraban hacia los demás, para ella eran personas vacías, interesadas y patéticas, sentía lástima por ellas y por si misma que se encontraba allí en la parte superior de la escalera observando, viendo correr el champán, escuchando el estruendo de las carcajadas, se maldecía, preferiría estar en cualquier otro lugar, pero no tenia elección, por su familia, "maldita familia" pensaba, se retorcía y el fuego de su mirada resplandecía.
En el salón, una sala amplia con grandes ventanales, un joven observaba con ojos inquisitivos a Cecilia, él era la joven promesa, un chico lleno de energía y una prodigiosa mente, por un momento su mirada se cruzo con la de Cecilia, una extraña sensación les recorrió el cuerpo a ambos.
Él, era el único que miraba a Cecilia de aquella manera, la mayoría opinaba que era una chica poco recomendable, no era como las demás.
Pero a Juan nunca le habían importado esos comentarios llenos de envidia que escuchaba, él la encontraba especial, aunque era incapaz de reconocerlo y ahí seguía mirándola anonadado.
Tanta rabia contenida, le había provocado una tremenda jaqueca que intento aliviar con un automático masaje en la sien, descendió por la escalera y cruzó el gran salón, en la entrada cogió un candelabro con tres velas azules, y entro en un cuarto, colocó el candelabro encima de la gran mesa de ébano que presidia la estancia y se puso junto a la ventana, un gran sentimiento de paz la invadió, pero esa paz de repente se vio alterada, noto que alguien más la acompañaba y se giro.
Juan al verla pasar por su lado, sin pensar la siguió, la observo a una distancia prudencial y tomo una decisión, "ahora o nunca" pensó y se acerco a ella.
Cuando ella se giro, ninguno fue capaz de pronunciar palabra, Juan la rozo tiernamente la mejilla con el dorso de la mano, ella cerró los ojos y se fundieron en un cálido beso, ya no estaban allí estaban lejos, muy lejos.

Autor: Sandra Aspas.

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