martes, 21 de abril de 2009

Nada

Vacío, sólo hay vacío. Después del miedo, la pena, la miseria y el dolor, tras la alegría, el amor, la pasión y la esperanza, ya no queda nada. Sólo un limbo, una condena en él, unas cadenas que oprimen mis muñecas y me hacen sangrar en cada instante que respiro. Pero no hay aflicción, no, ya no, no quedan más lágrimas que derramar ni más lamentos que ahogar; sino vacío, sólo hay vacío.

Los recuerdos son aquí, donde me encuentro, iconos sin sentido, hay rostros, hay miradas, hay palabras,... pero no significan nada para mí, ya no. Quien una vez amé no es más que una diminuta estrella que no brilla más que ninguna en un firmamento de millares de almas, aquellos que me quisieron tanto en una vida pasada, son desde donde estoy espíritus sin voces olvidados que parecen desconocidos ante mis ojos. No hay emociones, no existen sentimientos; únicamente vacío, sólo hay vacío.

Dejé de aguardar la salvación, abandoné mi fe en la luz y me entregué a la oscuridad eterna. ¿Dónde están mis ángeles?, ¿Dónde mi Dios?, ya no busco más respuestas, sólo la indiferencia, la casi inexistencia, porque soy ser, vivo en el mundo, late mi corazón, pero no soy alma, esa ya murió, se extinguió con la desgracia, con la tristeza, y ya no quedó nada. Vacío, sólo vacío.

Ausencia, mi única compañía es la ausencia. A veces ella juega conmigo, se desliza por mi piel, se arrastra hasta mis entrañas y se ríe, y el eco de sus carcajadas resuena en cada rincón de este negro y profundo abismo. Antes me encogía sobre mi cuerpo y sentía punzadas en mi interior, como puñaladas de cuchillos gélidos que se hunden hasta más allá de su final. Pero ahora ella ha perdido el interés por mí, porque no me hace más daño, después de tanto tiempo, las heridas abiertas no son siquiera rasguños, ya no son nada. Vacío, sólo hay vacío.

No temo la muerte, quizá la deseo, la ansío, anhelo sentir su aliento sobre mi rostro, quiero que me haga el amor hasta hacer expirar mi ser, hasta hacerlo desvanecer y que ya no quede nada, no queden mis huesos ni despojo alguno de mí. Pero aquí, la indigna y putrefacta vejez camina con paso lento y tarda en marchitarme tanto como los eclipses en sucederse unos a otros. Y mientras, vacío, sólo hay vacío.

No espero que tras extinguirme llegue mi paz imperecedera, sólo transformarme en la nada, en aquello que no vuelve a nacer, que no retorna a la vida ni desemboca en la muerte, en eso que no es, en el abstracto del mundo. He sido torturada por mis errores, perseguida por mis males, flagelada por el látigo de la culpa. Y todo ello me ha conducido aquí, hacia este agujero sin pasado, sin presente ni futuro. Donde hay vacío, sólo hay vacío.

Y mientras mi espíritu se encuentra atrapado por grilletes oxidados fruto de mi antiguo llanto, mi ser físico sigue en el universo terrenal, como la piel mudada de una serpiente que no contiene si quiera una célula de vida y que resulta inútil para el acontecer de la naturaleza. Y este cuerpo es contenido por la gravedad, por el ir y el devenir de las circunstancias, por las paredes espinadas que marcan mi destino. Pero ya nada importa, no hay pena, ni miseria, alegría, ni amor, sino vacío, sólo hay vacío.


Autora: Yuna Sermar

No hay comentarios:

Publicar un comentario