lunes, 13 de abril de 2009

PENÉLOPE

-Te quiero.
-Lo sé.
-Es nuestro momento.
-¿Lo escuchas?
-¿El qué?
-El silencio.
-¿Sabes? Me encanta.
-Me encantas.
-Me encanta hablar contigo sin ni siquiera despegar los labios. Saber lo que piensas con tan solo mirarte a los ojos.
Y allí bajo una noche huérfana de estrellas, con tan solo alguna que otra, cotilla, e impaciente de ver que pasaba ahí abajo, se atraparon con los brazos.
Se miraron nueva y fijamente a los ojos.
Bajo aquella azotea, las luces amarillas retrataban una ciudad, ya muerta, ya dormida.
El silencio convertido en viento, revoloteaba por el flequillo de ella.
De Penélope.
Sus pupilas eran perfectas, ella estaba reflejada en ellas.
Los ecos de las sirenas sonaban de fondo.
Una suave brisa acarició sus pálidas mejillas. Luego, le siguió una mano.
Luego, los párpados al cerrarse.
La piel se rozaba, las lenguas luchaban feroces pero tranquilas.
Se separaron.
El viento le susurró al oído.
-Penélope…
Todo lo demás perdió importancia.
Sólo ellos dos.
Sólo sus ojos.
Sólo su sonrisa.
Sólo Penélope.

FIN

Autor: Pablo Bautista Polanco.
Email: Pablo_bau@hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario