jueves, 16 de abril de 2009

Por la mañana

Sentí como los rayos del sol chocaban contra mí, sentí como la brisa rodeaba mi cuerpo. Era un día precioso. Las calles estaban vacías y los pájaros se despertaban, entonando una melodía que ansiaba escuchar.
Miré al cielo, y permanecí inmóvil durante unos instantes, intentando averiguar la figura que cada nube me mostraba. Luego bajé la mirada y contemplé a mi acompañante, sentado en un banco, con los ojos cubiertos por unas gafas negras que contrastaban con su piel nívea.
- ¿Nos vamos? – le pregunté. Pero no obtuve respuesta, así que le dejé en paz, disfrutando de aquella cálida mañana.
Me acerqué al pequeño lago, de aguas cristalinas. Los patos, con plumajes de colores, algunos exóticos y otros no tanto -pero aún así preciosos-, me saludaron, y les contesté amablemente.
De repente, mi acompañante se levantó, con cierta dificultad, del banco. Yo, me acerqué a él, y esperé delante suyo hasta que me necesitó.
- ¿Dónde estás? – me preguntó.
- Aquí. – le contesté enérgicamente.
- Ya te he encontrado, - dijo, orgulloso de sí mismo. – Venga, volvamos a casa.
Agarró aquel ortopédico instrumento que llevaba atado a mi espalada, y, como solía hacer, le conduje de vuelta a casa, protegiéndole de los peligros de la calle. Fui sus ojos durante unos minutos.
Llevada guiándole dos años, y él me trataba con cariño. Yo creo que es porque, como le he oído decir alguna vez, el perro es el mejor amigo del hombre.

Autor: JR
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