lunes, 15 de junio de 2009

El amante diurno

Dicen, del amanecer, que se durmió en tus ojos. Que tenía tanto frío que pensó en el lugar más cálido y con los paisajes más hermosos que se le vinieron a la mente. No tardó en despertar, pues su letargo se vió interrumpido por el final de la noche, su eterna enemiga y a la vez su amante secreta. Pero en tus ojos se sentía seguro, protegido y estaba dispuesto a no contarle a nadie que ese era su lugar secreto. Pero aún tenía que conocer muy bien esos ojos, antes de decidir quedarse a vivir en ellos aún sabieno que la noche se haría dueña del tiempo. Estaba tan indecisa que cada vez que le tocaba salir por el horizonte lo hacía lentamente, como si apurase cada segundo para quedarse en tus ojos. Sin embargo, durante el día deseaba que llegase la noche, para cobijarse entre tus párpados cerrados y disfrutar del paisaje de tus sueños. Pasó el tiempo y el amanecer fue dándose cuenta que deseaba vivir en tus ojos, mirar el profundo de tus pupilas y bañarse desnudo en tus lágrimas. Quería disfrutar contigo lo que vieses. La noche aceptó su decisión, porque sabía que era la correcta, prometiendo darle tregua al menos 12 horas al día de luz. Esa luz que saldría de tu sonrisa, donde un día decidió habitar la felicidad.

Autor: Félix Aguilar Diez

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