miércoles, 22 de julio de 2009

AL ABRIR LA PUERTA

Entreabre los ojos, que insisten en cerrarse de nuevo, y entre medias de esa lucha por mantenerlos abiertos, las imágenes que le aparecen se le hacen borrosas, mientras le vuelven los ardores… malditos ardores. Y los dolores, cómo no. Le duelen cosas, pero no sabe bien qué.
Finalmente consigue que sus párpados le aguanten, y se esfuerza por no vomitar, por permanecer consciente.
Está en la calle, o en un portal sentado, no sabe bien. Quizás sea un sueño… un simple sueño, quizás nada sea verdad.
Siente la garganta amarga, y al escupir en el suelo con dificultad, el regusto que tiene es de haber hecho demasiadas mezclas… con alcohol, y con más cosas.
Cierra los ojos… cierra los ojos y ve lo que quiere ver.

Mira la hora, sabiendo que llega tarde, y sube la escalera decorada con esa condenada alfombra con la que tantas veces ha tropezado. Empuja la puerta blanca de la habitación, que está encajada, y se encuentra con su sonrisa.
Ella está sentada en la cama, con las piernas cruzadas. Lleva un jersey de cuello vuelto, y hay numerosos cleenex alrededor, esparcidos. Ella no está enfadada… no, ella está feliz.
La mira, y se alivia, y también sonríe. La chica le insta a que se siente con ella dando unas palmadas en la cama, y él se quita apresuradamente la cazadora (aquel invierno fue demoledor), y obedece.
Hablan, ríen, bromean….
- ¡No quiero que me veas así! –Dice ella entre risas-.
No está nada maquillada, obvio, y tiene la nariz roja… con una gripe de cuidado, lleva sin salir de casa varios días, y su voz es totalmente gangosa.
Él sonríe, mirándola.
- Parezco un guarrito. –Bromea ella, entre risas-.
Él ríe, ríe a carcajadas ante esas palabras, y luego la mira. Es ese, ese es el momento; el momento en el que se ha dado cuenta de que está totalmente enamorado de ella. Su niña está con gripe, sin maquillar, con la nariz roja… y es la niña más preciosa que ha visto en su vida. La quiere. No se lo va a decir así, tan claro… apenas supera la mayoría de edad, y no sabe bien qué es lo que le está ocurriendo; si quisiera explicarlo, no podría, le sería imposible, pero ama… la ama más que a nada, más de lo que a nadie amará en su vida.
La abraza, y todo va bien.

Ahora recupera poco a poco la conciencia… ya no se le cierran los párpados. Está sentado en el suelo, aunque sigue sin saber bien dónde. Tiene sangre reseca en el labio, y en la ropa. ¿Qué habrá sido hoy? No lo puede recordar.
Siempre se le viene ese momento, se le repite una y otra vez.
Hubo miles de encuentros más, muchísimos buenos, pero siempre se le viene este… porque ese día supo que sin esa niña su vida no sería nada… y curioso, de todo lo que pensaba en aquellos días, solo en esto tuvo razón.
Se le fue, y, simplemente, dejó de creer. En la vida, en el amor, en las segundas oportunidades, en volver a encontrar eso que encontró en ella. Simplemente desató ese yo que todos llevamos dentro, solo que la mayoría tienen algo para retenerlo. Él sintió que ya no tenía nada por lo que luchar… no se le puede acusar.
Era solo un niño, ¿Cómo pudo llegar a querer así? Si lo hubiera comprendido mejor, si eso le hubiera pasado ahora… miles de preguntas le rondan la cabeza noche tras noche, siempre que está consciente, claro.

- Me casaré contigo. – Le decía ella- De verdad que lo haré, trabajaremos los dos si hace falta, y pasaré el resto de mi vida junto a ti.
- ¿Estás segura? –Preguntaba él, con cierto vértigo al imaginar eso, pero temeroso de que no ocurriera-.
- Claro que sí… ¿Acaso puede haber algo mejor que pasar la vida junto a la persona que amo?
Y entonces la abrazó, y la olió… y no se quiso separar nunca en ese abrazo. Se sentía fuerte si ella estaba al lado, le daba energía, seguridad… ella lo era todo.

Aun recuerda su mirada… tenía los ojos negros, apenas se distinguía retina de iris, era todo oscuro; sarcástico, como él ve todo ahora.

- Vámonos…. –Le suplicaba ella, en la oscuridad, entre susurros-. No sé dónde, no sé cómo, pero vámonos de aquí… tú y yo.

Sí… aun recuerda el tono de su voz, y eso le hace sonreír. Sonríe, y le duele el labio. Tiene frío, y apoya la cabeza en la pared, o lo que sea en lo que esté apoyado. Algo gotea a su lado, mas no va a mirar qué es.
Los párpados se le vuelven a cerrar, pesan condenadamente, a pesar del frío, y le vuelven los ardores, aun más pesados y dolorosos que antes, y las ganas de vomitar, y ese regusto tan amargo de tanta sustancia mezclada; y los párpados pesan, y pesan.

Llegó, y abrió la puerta, temeroso de que se hubiese enfadado porque había llegado tarde… pero ella lo recibió con una sonrisa, a pesar de la gripe y de su nariz enrojecida. Y él, aliviado, sonrió.

Autor: jftorres

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