lunes, 17 de agosto de 2009

Una Historia Real

Paso mi mano repetidamente por el cristal lleno de vaho del pequeño baño, y me peino un poco con los dedos enfrente del espejo; hace unos segundos que he salido de la ducha, y en vez de secarme, simplemente he envuelto una toalla alrededor de mi cintura y punto, cosa que siempre criticas.
Doy la última pasada con la punta de los dedos a un par de pelos que no seguían la dirección indicada, y te veo a través del espejo, por la rendija que deja la puerta encajada del baño, en la cama.
Estás echada con la almohada doblada sobre la espalda, con un pantalón negro muy corto y ajustado (“shorts, se llaman shorts” me repites), y una camiseta de tirantes blanca. El tobillo de tu pierna derecha descansa sobre la rodilla izquierda, y ojeas una revista.
Y sonrío.
Miro la esquina inferior del espejo, que aun está llena de vaho, y veo que están nuestra iniciales, dibujadas por tu dedo hace apenas unos minutos.
A mi izquierda está la toalla que tú has usado antes, que huele tanto a ti… nunca me he preguntado si podría sobrevivir sin ese olor.
Al fin y al cabo, es tan sólo un olor ¿No? Un olor de un perfume que muchas chicas más usarán, un olor de chica, como cualquiera huele… pero es el tuyo.
Las demás no cuentan… hace tiempo que las demás no cuentan.
Me da por saber qué hora es, y de repente descubro que no tengo ningún reloj cerca… y me encanta; me conformaré con ver por la ventana de la sala central (pequeña sala que solo consta de una cama, un televisor viejo que dudo hasta de que funcione, y un par de muebles decorativos) que el sol está cayendo.
Salgo del cuarto de baño, y un silbido irónico me recibe.
- Cómo te gusta enseñar ¿Eh? –Bromeas, y yo río-
Te pones de rodillas sobre la cama, con las manos dejadas de caer sobre la cintura, y de repente miras por la misma ventana que segundos antes he mirado como caía el sol, mientras te pasas el pelo por detrás de la oreja.
No sé si será la luz anaranjada del día, el brillo de tus pendientes de aro al trasluz, o ese sol haciendo mezclas celestiales con tus ojos (“son tirando a verdes” dices siempre. “Son marrones, no te engañes… pero son los ojos marrones más bonitos del mundo” te contesto, y una sonrisa satisfecha te decora los labios), pero una vez más me quedo absorto mirándote. Tu cuerpo, que, si bien delgado (cincuenta y poquitos kilos) no deja de tener curvas donde me encanta perderme; tus piernas bronceadas, que cada vez me vuelven más loco, y más aun con ese mini-pantalón (“shorts, son shorts”); el sujetador que se transparenta un poco por debajo de la camiseta blanca… todo lo que me hace perder el sentido cada día; y tu cara… qué puedo decir de tu cara. Ni un solo fallo, ni una sola falta. Ojos condenadamente preciosos (cuando los pintas con esa sombra oscura dan ganas de ahogarse en ellos), labios rosados, nariz pequeña y perfecta… no es porque te quiera, que lo hago, es porque aun sin conocerte de nada seguiría diciendo que eres perfecta si tuviera la suerte de encontrarte por casualidad.
Y esa perfección ahora es mía… y me costó sangre, sudor y lágrimas que así fuera.
Tu corazón, además de valiente, es frágil, y muchas veces te lo habían hecho pedazos; cuando me crucé contigo por primera vez casi ni parecía un corazón de todos los pequeñísimos trozos en los que estaba dividido, y lo último que creías (y querías) era que alguien como yo intentara arreglártelos… y ahí estuve, meses y meses de dolor y dudas, haciéndome el fuerte y estudiando cada trozo, solo para cogerlo con dos dedos, muy suavemente, e ir pegándolo poco a poco hasta reconstruirlo entero.
Lo pasé muy mal, a estas alturas no hay nada que tú no sepas.
Sé que tú, llena de confusión, de temor y de miedo, tampoco lo pasaste bien, rechazando algo que en el fondo deseabas que llegara, pero no te lo querías admitir… hasta que un día, supongo que aterradísima, te arriesgaste.
Mil veces me dijiste que no, cada vez que la noche nos dejaba a solas, cada vez que tu interior te gritaba un “sí” que por aquel entonces ignorabas completamente… y un día me preguntaste que por qué, que por qué ese empeño.
Te miré a los ojos, y te dije que no quería hablar del tema… no mientras te incomodara.
Yo estaba allí, arriesgándome, sabiendo que podía perder en cualquier momento (muchas veces creí haberlo hecho; perder la esperanza, ya sea por tus alejamientos repentinos o por las bromas y sonrisas con cualquier otro chico…), pero que merecía la pena… mas de nada hubiera servido decirte eso, porque era lo último que querías oír en ese momento. Así que a tu pregunta del empeño te dije que prefería no hablar de ello, que no había ninguna explicación lógica… que nada era lógico desde que te cruzaste en mi camino.
Basta, no quiero pensar más en eso… quiero disfrutar del momento.
Me miras, inclinas un poco tu cabeza hacia un lado y me sonríes… y como si mi fuerza de voluntad no existiera, mi sonrisa decide por sí sola seguir a la tuya.
- Ven. –Susurras, muy bajito-
Me acerco con una mirada irónica, y me contestas entre risas que rechace el papel de chico duro aunque sea por unos minutos… y dejas tu cara a cinco centímetros de la mía, distancia que me hace tenerte lo suficientemente cerca para sentir tu respiración, pero lo suficientemente lejos para poder observar tu sonrisa pícara y tus ojos desafiantes (de cerca son aun más preciosos); sonrío yo también, y nos mantenemos así unos segundos, sintiendo como las ganas de besarnos nos aprietan hasta dejarnos sin respirar, disfrutando la sonrisa deseosa del otro… y finalmente nuestros labios se unen, los dos a la vez, como si lo hubiéramos hecho tantas veces que los dos aguantamos el mismo tiempo antes de lanzarnos.
Tus manos pasan de mi espalda a mi nuca y al revés, y las mías rodean tu cintura. Te beso, te sigo besando, combinándolo con leves segundos de parar repentinamente y mirarnos a los ojos con idéntica sonrisa a antes, y me sacas la lengua en plan de burla.
Te beso y saboreo cada sabor del millón que me dan tus labios, siento la carne de los mismos mientras los muerdo suavemente, y me encanta sentir apresados los míos entre tus pequeños dientes, mientras sonríes divertida apretando cada vez un poco más.
- Au. –Te digo en broma, en señal de queja, y ríes como una niña pequeña-.
Volvemos a besarnos, y ríes nerviosa, sabiendo que te la voy a devolver en el momento que pueda… y en efecto, en una de esas, agarro tu labio inferior entre mis dientes y aprieto un poco, mientras te separas corriendo (cosa que hace que te duela más) y dándome un pequeño tortazo.
- Cómo me dejes señal te acuerdas. –Me dices, seria-.
- ¿Sí? –Te reto, deseoso de volver a sentir tus labios-.
Enfocas tu mirada hacia arriba, como pensativa, y asientes.
- Sí. –Contestas, con un susurro y una preciosa sonrisa-.
- ¿Sí? -Susurro también, aun más bajo, y vuelves a contestar afirmativamente asintiendo unas tres veces-.
De nuevo nos besamos, y vuelvo a sentir tu saliva, tu lengua rozándose con la mía, tus labios mojados de ese intercambio… y yo me vuelvo loco de auténtica felicidad.
El sentir todas esas cosas tan solo con un beso… es único.
Abrir los ojos y ver los tuyos cerrados, sintiendo cada roce; el mirarte sonreír mientras continuamos sin parar… no hay nada mejor en este mundo.
De repente, paramos, y nos quedamos simplemente así, mirándonos a los ojos, yo aun agarrado a tu cintura, y tú aun con tus manos cruzadas sobre mi cuello.
¿Existe nombre para esto? No sé, a veces me da por pensar… ¿Te quedarás así siempre? ¿Seré para ti igual de inmensamente importante que tú para mí? ¿Serías capaz de dar por mí lo que yo doy por ti? ¿Reirás cuando yo ría, llorarás cuando yo lo haga? ¿Renunciarías a todo… tan sólo por apostar por esto?
A menudo me entran ganas de preguntarte todas esas cosas, pero luego sé que no tengo necesidad de hacerlo… míranos. No sabemos ni siquiera dónde estamos exactamente, en que pequeño pueblo a las afueras. No sabemos qué ni dónde vamos a cenar hoy, ni qué pasaría si ahora mismo se va la luz o el móvil se queda sin batería… y no nos importa.
Estamos juntos, todo lo demás es secundario, si es que existe algo más.
Con la misma sonrisa pícara de antes te desabrochas el sujetador con una mano, mientras me miras, y agarro suavemente el bajo de tu camiseta para quitártela; pones los brazos hacia arriba para que sea más fácil, y al hacerlo sacudes la cabeza un par de veces para que el pelo vuelva a quedar en su lugar.
Y ahí, al poder contemplar tu vientre, tus hombros desnudos, tus pechos, no muy grandes, pero tan perfectos, es donde sé que quiero permanecer día tras día.
Hago que nos tendamos sobre la cama, quedando encima de ti, y pasas suavemente la uña del dedo índice de la mano derecha sobre mi hombro izquierdo, luego por la parte superior del pecho y finalmente por el hombro derecho, mientras yo contemplo tu pelo derramado sobre la almohada.
Te vuelvo a besar, no pudiendo controlar mis instintos, y al separarme un poco te muerdes el labio inferior, con ese brillo tan especial en tus ojos.
Te miro, y sé que lo deseas… que me deseas.
Y es curioso, porque sabiendo eso, nada más tiene importancia en el mundo, aunque piense mucho, aunque me preocupe, aunque no pueda estar demasiado tranquilo.
Miro esos ojos, deseosos de mí… y vuelvo a estar en paz, pensando que aquí, en un lejano motel de carretera apartado del resto del mundo, el amor es más puro que en ningún otro lugar.

Autor: jftorres

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