lunes, 22 de febrero de 2010

I JUEGO: 7 PALABRAS, RELATO 24

Autor: Juan Carlos Rguez. Glez.
Blog: theloversarelosing.blogspot.com

Cuando el fracaso le invadió perdió toda su energía. Él, un hombre sin futuro con un pasado ya desgastado.

Él, que vivía por y para el presente, se perdió en su propia desilusión. Esa noche ardió en el fuego de su desvalido corazón. Le dolió tanto que la sensatez fuera tan inútil… Es demasiado duro darse cuenta de que no somos nosotros quienes decidimos. Creo que esa misma noche se dio cuenta de ello. Le abrumaba esa sensación. La soledad y la impotencia no son las mejores compañeras. Para un escritor frustrado como él, no existen ya nada más que palabras. El verdadero problema le llegaría cuando las palabras no pudieran viajar con él. Es muchas veces lo único que queda. Se acurrucó en un rincón y escribió un poco más a la luz de las velas. “¿Quién dijo que la prosa no puede ser hermosa?” se repetía una y otra vez. Las letras, las tramas y enrevesadas situaciones que escribía se convirtieron en su mejor amante. Le acompañaban a cualquier lugar del mundo real o ficticio. No le abandonaban ni en sueños. Desde el momento en que perdió toda su fé en la realidad solo tenía ojos para sus sentimientos, para sus palabras. Encontró un antes y un después. Fijó una triste frontera entre la sensatez y la locura escrita. Se entregó a un mundo donde las cosas malas podían borrarse o ser arrancadas de una pobre libreta y arrojadas a las brasas. No envidiaba a las parejas que brindaban con champán, ni las rosas rojas de San Valentín. Ellas no entraban en su historia. Cada vez que releía los párrafos que escribía sentía largos escalofríos por su cuerpo. Escalofríos que más bien podrían haber sido masajes. Masajes dados por la misma sangre que corría por sus venas, impulsada por alguna clase de fuerza superior a la razón humana. “¡Maldigo la realidad que no está escrita!” gritaba roto por el dolor desde la penumbra del mismo rincón. Era demasiado tarde para prestarle atención al menosprecio de la gente que pasaba a su alrededor. En realidad (o en ficción), ya era demasiado tarde para prestarle atención a cualquier cosa. Era demasiado tarde para pensar en los finales que ya habían llegado. Era excesivamente tarde para salvarse a sí mismo. Pero, al fin y al cabo, ya él no creía en el tiempo.

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