martes, 23 de febrero de 2010

I JUEGO: 7 PALABRAS, RELATO 32

Autor: Cristina Díaz Busto

¡REACCIONA!

Volví a mirarle fijamente a los ojos y él apartó la mirada. ¿Cómo podía hacerme ese menosprecio? ¿Acaso no era yo la que le había dado una oportunidad? ¿Acaso no era yo la que tenía razón?

Cogí la copa de champán con una sola mano y me levanté de la silla. Las velas casi se habían consumido.
—Espera…—me pidió.
Noté una mano alrededor de mi brazo y apreté los dientes.
— ¿A qué? —pregunté.
—Puedo explicarlo…—insistió.
Si hubiese sido un animal le habría enseñado los colmillos para que se alejase de mí. Pero no lo era…
—No hay nada que explicar—repliqué dándome la vuelta.
Sin embargo, no soltó mi brazo.
Volví a lanzarle una mirada llena de fuego y tiré la copa al suelo con energía. Después, ya con ambas manos libres, me deshice de su apresamiento.
Fue entonces cuando vi que tenía los ojos llenos de lágrimas.
—No me hagas esto…—pidió con la voz quebrada.
Solté un suspiro y permanecí quieta. Se acercó un poco y pasó sus manos por mi espalda, dándome masajes entre la columna y los hombros. Sus ojos verdes me hicieron sentir lo que nos unía en el pasado; esa antigua sensación de perdón y cariño.
Puso su cuerpo contra el mío y me besó en los labios.
Noté tensión en todos los músculos y odio en mi interior.
Lo separé de mí con más energía de la que pretendía y me alejé hasta la puerta con decisión.
— ¡Emily! —llamó.
Pero yo no le escuchaba ya.
—Perdóname, en serio, puedo cambiar—dijo siguiéndome por el pasillo del hotel.
Yo no me giré, lo que acabó porque me agarrase por la cintura y frenase mi avance.
— ¿Podrás perdonarme? —volvió a preguntar.
Una mujer salió de la puerta de enfrente.
—Ya he dicho todo lo que tenía que decir, Carl, suéltame—pedí.
La mujer nos miró a ambos, sospechando de Carl. Yo le miré suplicante y ella pareció entender el mensaje, porque ya se disponía a buscar a su marido cuando solté un gemido de dolor.
Había sido como un calambre, una descarga eléctrica que se extendió desde mi pelo largo hasta mis piernas. Las rodillas se me doblaron… Carl había usado uno de sus juguetitos…
—Emily—dijo mientras escondía algo en su bolsillo— ¡Emily! ¿Estás bien?
Todo empezó a dar vueltas. Tramposo…
— ¡Emily! —llamó cogiéndome en brazos y dejándome en el suelo.
Me sentía mareada e inútil. No era justo… ¡No era justo! ¿A dónde me llevaría ahora?
—Me la llevo al hospital—oí que murmuraba el joven a la mujer desconocida.
“Mentira…”
Noté que el suelo desaparecía bajo mi espalda. Estaba en el aire… Sólo existía el olor del cuello Carl en ese instante y sus brazos a mi alrededor. Un ascensor… El aire frío… La puerta de un coche…
— ¡Señor! ¡Espere! —llamó la señora desconocida desde algún lugar lejano.
Ahora olía a asiento de vehículo. El chasquido de mi cinturón me lo aseguró. ¡Mierda, mierda! ¡Reacciona!
—No tengo tiempo—respondió mi secuestrador.
La puerta del conductor se abrió y el seguro saltó en cuanto la cerró. ¡Reacciona!
—No vuelvas a hacerme eso…—susurró Carl posando una mano en mi mejilla.
Me besó suavemente en la boca y se puso su propio cinturón. ¡Reacciona!
Un giro de llaves… Un motor arrancando…
“Por favor, por favor…” murmuraba mi fuero interno.
Giro de volante, radio encendiéndose… No podía verlo, pero Carl sonreía.
Solté un gruñido de furia… Y abrí los ojos.
¡Por fin! ¡Mi cuerpo reaccionaba, el antídoto que había colocado en el champán funcionaba! Solté mi cinturón y golpeé a Carl en el vientre, dejándole sin respiración.
Aproveché su falta de aire para escabullirme y abrir la puerta del coche. Salté al exterior y corrí hasta mezclarme con la multitud…
Dos años después, en un hotel del centro de la ciudad, volví a ver el coche de Carl aparcado enfrente de la puerta del edificio.
Nunca llegó a estar detenido. Yo no estaba en las mejores condiciones para denunciarlo…
Pero su coche empezó a arder “accidentalmente”, lo que supuso que la chica a la que retenía en ese instante pudiese salvarse de sus garras de acero…
“Se dispara el número de secuestros por dinero”
“Al finalizar 2008, la estadística nacional contará con un triste récord: cada tres días se habrá producido un secuestro.”

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