domingo, 21 de febrero de 2010

I JUEGO: 7 PALABRAS, RELATO 7

Encuentro y desencuentro:


Era una noche fría, inhóspita. Después de haber tenido un día gris, estoy anhelando otro sitio, otro espacio.
Ahí, en mi almohada, yacía mi cabeza pensativa imaginando sus abrazos, queriendo en un instante desaparecer cual hielo entre los dedos; deshacerme, perderme a un lugar insospechado.
Una copa de champán acompañaba mi mano y, de fondo musical “Starry, Starry Night”. La melodía me arropaba, y entre sorbo y sorbo seguía allí perdida añorando estar a su lado. La señora soledad se apoderaba del sueño y bailaba conmigo presa en el encierro de varias paredes verdes, se acoplaba a mi cuerpo casi enlutado perfectamente.
Mientras la brisa golpeaba delicadamente mi silueta, cerraba los ojos enjugados, y las lágrimas brotaban sin reparo. Era una sensación extraña la que me consumía toda, era la necesidad imperiosa de aquel momento vivido, que me estremecía y agitaba los ánimos.
En medio del llanto ya había acabado mi trago, y tuve que correr a servir otra copa. El embriagarme ayudaría tal vez a olvidar su boca. ¡Dios, su boca! Imposible desdibujar sus labios, e inevitable recordar sus tibios besos sin humedecer mis labios. Puede que sea una visión poco elocuente, o una treta del destino, más mi corazón pusilánime clama su presencia a gritos.
De repente una energía extraordinaria estremecía mi alma, y entre sollozos furtivos brotó de mi boca una carcajada. Justo porque recordé que aquel día llenó mi vida de una emoción distinta, de alegrías a cántaros. El destino se encargó de juntarnos, ese día emergieron las ideas y nos la ingeniamos para encontrarnos.
Él me recogió aquella tarde, su ingenio lo llevó a excusarse en su sitio de trabajo. Una llamada telefónica fue la luz verde que indicó que el sueño de vernos juntos había llegado. De ahí en adelante todo era coherente, casi perfecto. Nos escapamos, nos regalamos un momento feliz, divino, carente de cualquier maldad, donde lo que salía a la luz eran las pasiones más guardadas. Lentamente nos desnudamos.
Era una magia inequívoca, como un déjà vu, el encuentro de dos almas paralelas compactadas ahora en dos cuerpos enlazados. Había prisa, el tiempo no pasa en vano pero fueron cuarenta y cinco minutos los que despojaron al sueño de mal olientes quejidos para finalmente quedar prendados.
Su mirada atravesaba cada zona de mi cuerpo, y yo lo que adoraba era pasear su cabello. El acto fue grade, pleno, infinito como el cielo azul, fue así como nos llenamos uno del otro, saciábamos la sed loca y nos devorábamos cual fuego. ¡Me sentí tan caliente, cambiada, renovada, feliz! Y en el rostro quedó una sonrisa que creí imposible de borrar.
En ese encuentro fugaz quedó grabado ese “Outre je”, el otro yo; donde el amar en fracciones de segundos a un hombre ajeno, despertaba la locura de quererlo complacer a extremos, para que en su memoria quedara ese minuto a mi lado.
Hoy, lo traigo a mi cabeza y subleva la memoria. Mi trayecto hoy fue gris, turbio, tardío… cuando procuré un segundo encuentro. En el tono de su pausada voz me lanzó el menosprecio quejoso que me lapidó.
Es la noche en este instante mi compañera fiel, mi cama el sostén, una botella de champán el deseo inaccesible, la música la emoción transformada en notas como masajes, y mi boca la que ya no espera su boca. Ahora voy a lanzar la copa, abrazaré la almohada, limpiaré mi cara, apagaré la música y olvidaré aquello que me lastima. Antes de apagar la luz, encenderé muchas velas para que, en los días por venir Dios abrigue mi cuerpo enternecido lleno de deseos reprimidos.
¡Mi boca jamás besará su boca!


Autor: Natalia Lara

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