lunes, 15 de junio de 2009

HACIENDO LA CALLE

A los niños que un día fuimos

No se si lo recordaréis, pero muchos de nosotros pasamos gran parte nuestra infancia literalmente haciendo la calle. Era un ritual que se repetía religiosamente cada tarde después de haber llegado del colegio: nos bajábamos con nuestros bocadillos de nocilla o de paté la piara (sin tapa negra, eso sí, sino en latas sin abrefácil ni nada) envueltos en papel de plata y los devorábamos con ferocidad canina mientras intercambiábamos cromos de futbolistas, o pegatinas de estas que venían en los chicles boomer, con azúcar por supuesto, con los que podías hacer competiciones de pompas enormes. Luego era el momento de tomar la calle, íbamos en grupo hacia allí, te sentías fuerte e invencible en el grupo, rodeado por Alvarito el Mediometro, Aitor el Bicicleto, María Patatafría, Davinia Cabezamoto, Piloto y tantos otros cuyos nombres o motes se confunden en mi memoria. A mi me llamaban Cerebrito y Cuatroojos, pero creo que entonces no me importaba y hoy recuerdo con cariño y nostalgia aquellos remoquetes. Podía haber sido cualquier calle de cualquier ciudad de cualquier país, pero la mía era la calle del terraplén. No se llamaba así, evidentemente, pero así la llamábamos nosotros pues en ella había un gran terraplén de arena desde donde en muchas ocasiones nos deslizábamos montados en improvisados trineos de cartón. A veces el trineo fallaba y acabábamos todos revolcados por el suelo y con un montón de moratones, heridas y rasguños que nuestras madres curaban con mercromina roja y que nosotros luego enseñábamos orgullosos, alardeando como si de heridas de guerra se tratasen. Recuerdo que una vez jugando al fútbol en aquella calle, con un par de camisetas puestas a cada lado que hacían las veces de portería, Alvarito el Mediometro fue a darle una patada al balón, yo estaba de portero y la mala fortuna quiso que se le soltase la zapatilla y fuera a parar directamente a mi ojo derecho. Alvarito se asustó, llamo corriendo a mis padres y estos me llevaron a urgencias donde me lo curaron y me echaron colirio de ese que dilata las pupilas. Durante varias semanas tuve que llevar siempre unas gafas de sol, lo cual era de lo más ridículo, e hizo que durante esa temporada pasara de ser el Cuatroojos a ser el Stevie Wonder, pero a mi me gustaba, me sentía importante, con un cierto aire chulesco y hacía las delicias del respetable cuando imitaba al susodicho cantante.

Allí, en aquella calle, en nuestra calle, jugábamos también al bote, al escondite, a la tula y a otros tantos y tantos juegos. Las reglas podían ser cambiadas a nuestro antojo que un simple "arrenuncio" y el espíritu de equipo y solidaridad se sentía palpitar en las paredes cuando alguien gritaba a todo pulmón aquella frase redentora del "por mi y por todos mis compañeros", y si ese alguien eras tú te sentías como el autentico héroe de la calle del terraplén por un instante. A veces hacíamos un agujero en la arena y jugábamos a las canicas y el día era perfecto cuando llegabas a casa con aquel pequeño tesoro conquistado de pequeñas esferas de vidrio esmaltado o cuando habías roto la peonza de aquel niño al que tenías algo de ojeriza y que se volvía a su casa con las orejas gachas, entonces sentías que corría por todo tu cuerpo una extraña sensación que tan sólo podía definirse como la satisfacción del triunfo. Muchas veces nos peleábamos sin que la sangre llegará nunca al río ni nuestros padres tuvieran que llevarnos a un psicólogo, era algo normal, cosas de críos a las que no se le daba mayor importancia de la que realmente tenía. La imaginación era nuestra mejor baza, en un instante, con un simple pañuelo en la cabeza, podíamos convertirnos en los más intrépidos piratas que recorrían los confines de mares y tierras inhóspitas que guardaban miles de misterios esperando que nosotros los descubriéramos, o cogíamos un par de palos y entonces éramos espadachines o samuráis que luchaban a vida a muerte entre bandos rivales, poco más nos hacía falta. En la calle pasábamos las tardes en libertad, en diversión y ante todo en buena compañía

Pero han pasado los años y la calle ha cambiado, el terraplén ha dado lugar a otra simétrica e inhumana mole de ladrillo y hormigón, llevándose consigo un puñado de vivencias, recuerdos y confidencias que quedarán para siempre enterrados en los cimientos de nuestra entelequia. Y junto con la calle, también hemos cambiado nosotros, Alvarito el Mediometro pegó el estirón ¿quién lo iba a decir? y hoy me llega a la altura del ojo que un día casi me vuela con su zapatilla, lo que no es moco de pavo. Aitor dejó para siempre aparcada su eterna bicicleta en el garaje de la niñez y ahora se pasea por las calles con un todoterreno de nosecuántos caballos, navegador, climatizador y muchas pijadas alucinantes (según él) y en el que un día me montó con aire de suficiencia, sin pararse ni por un instante a pensar que lo que realmente le parecía alucinante a éste que escribe era el azote del viento en la cara cuando se montaba junto a él en su bicicleta y pedaleaba con todas sus fuerzas calle abajo persiguiendo algún gato callejero. María, que al final resultó no ser tan fría, se casó, se compró un piso con el entonces su marido y al poco tiempo se separó de él no sé por qué motivo, la verdad es que tampoco me interesa averiguarlo; ahora creo que va picando de aquí y de allí, cada poco tiempo con tipo distinto, supongo que hará bien, pero a veces me pregunto cuántos hombres habrán besado esos labios por los que yo entonces llegué a suspirar cuando niño.Y yo, pues mírenme, también he cambiado, el Cerebrito se ha convertido en un escritor mediocre al que de vez en cuando le gusta rememorar aquellos tiempos que ahora nos parecen tan lejanos como las guerras púnicas donde todos nosotros hacíamos la calle o donde, mejor dicho, la calle, nuestra calle, nos iba haciendo a nosotros, forjándonos, moldeando poco a poco a los hombres y mujeres que ahora somos.

Autor: Rubén Santamaría Cabanas, "Kurtz"

1 comentario:

  1. uuuffff.... excelente, me fascinó y aunque soy de Colombia y no entiendo muy bien algunos términos, es un relato, que a pesar que no son mis recuerdos, me remonta a mi infancia... GRACIAS, me divertí muchisimo leyendolo.

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