VIVIR CON PRISA.

Hoy me he levantado algo cansado, creo que no he dormido muy bien, parece como si hubiese estado haciendo ejercicio toda la noche.
Miro la cama y tengo la tentación de apagar la luz y volverme a acostar, pero no lo hago, hace tiempo que aprendí a vencer ese pensamiento tan tentador, tal vez por la obligación de levantarnos cada día.
Me preparo algo para desayunar, un café templado y después una ducha fría, esto último me ayudará a despejarme. O eso es lo que pensaba yo, siento cada gota fría caer por mi espalda y no es una sensación muy agradable.
Con todo el cuerpo helado salgo de la ducha, me visto, me peino y después de todo este ritual matinal pongo rumbo a la calle para ir a trabajar.
Apenas he puesto un pie en la acera cuando los rayos del sol me obligan a cerrar un poco los ojos.
En este minuto siento el agradable calor que cae delicadamente sobre mi piel y me doy cuenta de lo poco que suelo apreciar estos momentos.
Me encanta la primavera. El vuelo sin freno y sin dirección de los pájaros, el olor de las flores nuevas que saludan al amanecer, todo esto me fascina.
Nunca me había parado a contemplar en silencio estas cosas, son pequeñas y simples, pero pueden hacer que un nuevo día merezca la pena.
Al igual que yo no valoraba esto, estaba completamente seguro que los millones de personas que habitan el planeta tampoco lo hacían.
Vivir con prisa trae como consecuencia perder la vida en las numerosas idas y venidas por las calles de la ciudad.
El sonido de los coches me hace volver a la realidad y salir de mis pensamientos. Me doy cuenta al momento y observo como se va, a lo lejos se me escapa y no puedo hacer nada.
Veo como se aleja. Se va con la misma prisa con la que he vivido y me deja allí, consumiéndome ante un nuevo día.
-¡Genial!- dije con tono irónico. He vuelto a perder el autobús.

Autora: Elena Viña Quintero