miércoles, 3 de marzo de 2010

CAOS, Estudio de la mente humana.

Autor: Guillermo Rubio Martín

La teoría del Caos de la ciencia física afirma que un sistema estable es aquel que en su recorrido sigue una trayectoria definida y constante y aquel que en su recorrido no la sigue, es inestable.

El sistema caótico es unas veces estable y otras inestable. O las dos cosas a la vez.

A Lih la ciencia le importaba bien poco y su vida fluía lenta e inexorablemente como fluyen todos los sistemas estables. Como fluyen todas las vidas de este mundo.

Un día Lih quiso romper con las pocas cadenas que la ataban. No sabía cómo hacerlo, por supuesto, y lo intento todo.

La calle estaba mojada, porque llovía, y porque llovía estaba mojada. Lih caminaba sin pensar, alterando sus pasos con la música que escuchaba por los auriculares. Silbaba.

Añorar la libertad y no poder conseguirla es el peor tormento que se puede padecer.

Lih le daba vueltas a su cabecita una y otra vez en un intento por desentrañar la verdad y encontrar el camino.

Durante largas noches de asueto espiritual se dedico a la búsqueda de esa verdad que añoraba. Vago por todas la bibliotecas del lugar y leyó lo que todos habían escrito.

Nadie podía responderle.

Una noche de luminosa oscuridad se acostó mirando las estrellas por la claraboya y entonces lo comprendió. La libertad no estaba en el libre albedrío que decían algunos, ni en la capacidad de ser feliz. La libertad es en sí misma término y definición.



Las manos talladas como en piedra. Moldeadas por los años, esculpidas en tono de carne. La vida de Ulises era la perfecta definición del orden.

Su perfecta rutina calculada sacaría de sus casillas a cualquiera. El regentaba una tienda de ultramarinos en la esquina más transitada del pueblo. Todo en su vida era orden.

Su mujer había muerto hacía mucho tiempo. El la añoraba más que a nada en el mundo. Había buscado la forma de reencontrarse con ella durante todo este tiempo.



La liberación de la muerte, no es la libertad. No vale la pena buscar el ansiado premio en la oscura negrura de la noche eterna. Ambos lo sabían muy bien. Sus métodos para alcanzar sus objetivos habían fracasado durante todo este tiempo, pero ambos sabían que ni la libertad, ni el reencuentro tenían respuesta en la muerte.

La mente se quedó en blanco, fue muy difícil conseguirlo. La mente humana nunca cesa de divagar, siempre elucubrando nuevas artimañas, nuevos trances. Pero Lih lo consiguió. Sin música, sin velas, sin aromas. Solo se tumbo y se relajó, se relajó tanto que al final lo consiguió. Y al desvincularse su mente de la realidad, alcanzó la libertad.

El mundo ya no era redondo. El tiempo no existía y a la vez corría más rápido que nunca. El espacio había perdido su sentido y ella ya no tenía la mente en blanco, todo era un vértice de colores que giraba sin cesar hasta que se volvía negro y de nuevo comenzaba a girar y de nuevo completaba su ciclo, pero nunca con los mismos colores.

Despertó empapada en sudor y un frío intenso la estremeció.

Ulises miró el mar y su llanura perfecta lo inundó por dentro, lo penetró y llenó su ser con su azul cobalto al atardecer. Las gaviotas volaban por encima de la mar y se oía un suave arrullo marino. Pero todo comenzó a arremolinarse y se concentró en un punto ínfimo y todo lo demás era nada.

Cuanta belleza en un solo lugar. El torbellino era de colores rosas y malvas y en el se podía nadar y beber. La esencia del cosmos estaba allí y todo lo que era y sería estaba al alcance de la mano. Su mente ocupaba lo que una estrella en ebullición pero ahora a él tal astro candente le cabía en la palma.

Estuvo a punto de ahogarse cuando cayó de boca en el agua del puerto. Rápidamente comenzó a palmear y se asió a un madero. Lo rescataron unos pescadores a los que no pudo explicar lo que hacía dentro del agua.

Ella lo calificó como la misma esencia del Caos. Aquel mundo que había contemplado era perfecto y uniforme y a la vez la mayor aberración del desorden, pero había que verlo para sentirlo. A partir de ese momento se obsesiono con la dimensión caótica.

Su cabello morado camina al viento meciéndose alrededor de su cabeza.

La experiencia le había impactado en lo más profundo de su ser. Si esa visión había sido real y él era capaz de viajar en ella, quizás pudiera reencontrarse con su amada y perdida Penélope. No tenía muchas esperanzas puestas en ello, pero no le quedaba otro camino. Sus cansados ojos grises volvieron a mirar el mar.

La sangre manaba a torrentes desbocados del monte. Caía por un sinuoso valle y moría en la tela verde. Se oía un terrible chillido y parecía que el mundo fuera a acabarse. Nada más lejos de la realidad. De repente el monte de sangre de abrió y de él emergió manchada Lih.

Se incorporó rápidamente. Había visto su nacimiento.

Su barca surcaba las aguas ahora y ahora las volaba. El mundo dio un giro y el navío cayó pesadamente sobre el agua recién volcada. Las velas se hincharon con un viento que se veía. Al final de la laguna había una orilla y en la orilla una casa. Al desembarcar se percató que casa era esa. Lloró silenciosamente y entró por la puerta.

Dentro había una mujer con un bebe entre los brazos.

Su madre lo había criado sola y la había vuelto a ver. La morriña y la alegría golpeaban por igual su pecho. El Caos es una cosa peligrosa y debe de tenerse extremo celo en su manipulación.

Pocas mentes tienen acceso a él y algunas de las que lo consiguen perecen perdidas en sus inescrutables aguas.

Allí estaba por fin. Vestida de nuevo de blanco. Tan bella como el día de su boda. Bueno en realidad ese era el día de su boda. Él volvía a esperar en el altar y sonreía ahora como no sonrió en su momento. Una lágrima le caía lentamente por la mejilla y su madre lo miró preocupado. No era típico de él llorar en ningún momento.

Cuando ella estuvo lo suficientemente cerca, él se acerco al moreno rostro y le susurró una palabra.

-Amor…

Todo se desvaneció.

Tenía una terrible jaqueca y le salía un hilillo de sangre por la nariz.

-Morimos y vivimos y todo pasa apenas sin que nos percatemos.-El sacerdote pronunciaba las palabras de forma mecánica y sin pasión.- Ahora acógela en tu seno hasta el día del juicio y la resurrección de la carne.

Estaba de pie cerca de una tumba sin cerrar. Una mujer lloraba cerca contemplando el ataúd recién estrenado. Se dio cuenta de quién era la mujer y miró el nombre de la lápida. La impresión casi le para el corazón. Era su entierro.

En el Caos estaba la libertad, de eso no había ya ninguna duda. La búsqueda había concluido. Ahora sólo tenía que aprender a mantenerse en el plano caótico y a navegar por él.

En el Caos estaba su amada. Ya no lo dudaba. Quería pasar el resto de la eternidad en esa vida muerta, en esa muerte viva. Con ella.

Se arropó muy fuerte hasta la nariz. Estaba completamente desnuda y su violácea melena yacía sobre la blanca almohada. Se concentró de nuevo y cerró los ojos.

El torbellino de colores le dio la bienvenida. Paseo de nuevo por su vida y por la de otros, disfrutando de las sensaciones que ofrecían y llorando con las penas ajenas y propias. Se quedó durante lo que a ella le parecieron milenios viajando por el espacio y una mano le fue ofrecida. Una mano para no despertar más. Para ser libre para siempre. La tomó con toda su fuerza y fue feliz.

Se concentró. Los pies le colgaban por el extremo del amarradero. En la mano tenía un pañuelo bordado que había pertenecido a Penélope, y que aún conservaba su fragancia.

Se lo acercó al rostro marchito y lo olió. Su mirada se perdió en el mar mientras amanecía. Y todo fue nada.

Vivió con ella todo el tiempo de su vida de nuevo. Y entonces apareció una pregunta en su mente que era autogenerada: ¿Para siempre?

Asintió mientras Penélope le sonreía y todo lo que fue con ella y todo lo que podía haber sido, fue suyo.

Su madre entró con la sana intención de despertarla, pero no lo consiguió, tenía pulso pero no reaccionaba. Tras la huida en ambulancia y un aluvión de pruebas y reconocimientos en los que sesgaron su pelo violeta sin piedad, declararon los doctores que sufría de muerte cerebral. Fue tumbada en una cama y su madre la guardo hasta que murió.

Un muchacho lo vio caer al agua y pidió auxilio a voces. Una lancha rescató al anciano del agua y tras los intentos de reanimación, su corazón volvió a latir. La ambulancia lo transportó a un edifico blanco y allí le quitaron el anillo de boda.

Muerte cerebral. Nadie lo veló.

Y todavía allí yacen, Lih juntó a Ulises, con una gran sonrisa tatuada en el rostro. Perdidos y felices en la inmensidad del Caos.

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